El nacimiento de un bebé implica cambios enormes en su breve existencia. Uno de los más extraordinarios es el inicio de la respiración por sí mismo.
Durante el embarazo, el bebé recibe oxígeno y nutrientes a través de la placenta y el cordón umbilical, en un proceso conocido como respiración placentaria. Sus pulmones, aunque formados desde el séptimo mes de gestación, aún no están maduros y permanecen llenos de líquido amniótico.
Al nacer, el bebé pasa a un entorno completamente diferente, fuera del útero materno. El aire frío y los estímulos del parto desencadenan una serie de cambios fisiológicos que lo impulsan a iniciar su propia respiración.
En los primeros segundos fuera del vientre de mamá, el bebé suele respirar de forma irregular y superficial; a esto se le conoce como respiración periódica. A medida que sus pulmones se expanden, se produce surfactante, una sustancia que evita que los alvéolos (pequeños sacos de aire en los pulmones) se colapsen al exhalar.
Diversos factores contribuyen a que el bebé inicie la respiración por sí mismo:
- Durante el parto, parte del líquido amniótico que llena los pulmones del bebé se expulsa a través de la boca y la nariz, facilitando la entrada de aire.
- El paso del bebé por el canal de parto ejerce presión sobre su pecho, lo que ayuda a eliminar el líquido restante y a expandir los pulmones.
- Al cortar el cordón umbilical, cesa el flujo de sangre placentaria, lo que lleva a una disminución de dióxido de carbono en la sangre del bebé. Esto estimula el centro respiratorio en el cerebro, desencadenando las primeras respiraciones.
En ciertos casos es necesario brindar asistencia respiratoria al bebé. Si la respiración espontánea no se inicia de forma adecuada, se puede utilizar oxígeno suplementario o ventilación mecánica para ayudar a los pulmones del bebé a adaptarse a la respiración extrauterina.
