El herpes zóster, también conocido como culebrilla, es una enfermedad dolorosa y a menudo debilitante causada por la reactivación del virus varicela. Aunque la mayoría de las personas asocian la varicela con la infancia, el virus de la varicela permanece latente en el interior de las células nerviosas tras una infección inicial. Años más tarde, en determinadas circunstancias, puede volver a despertar y manifestarse como herpes zóster.
La reactivación del virus de la varicela-zoster se produce a menudo debido a un sistema inmunológico debilitado. Factores como el envejecimiento, el estrés, ciertos medicamentos y enfermedades como el VIH/SIDA pueden contribuir a una disminución de la función inmune, creando una ventana de oportunidad para que el virus latente resurja. A diferencia de la varicela, que se transmite por el aire, el herpes zóster no es contagioso. Sin embargo, el virus reactivado durante el herpes zóster puede causar varicela en personas que no hayan padecido la enfermedad ni se hayan vacunado.
El signo más evidente del herpes zóster es una erupción unilateral, que suele aparecer como una banda de ampollas a lo largo del torso. La erupción suele ir acompañada de un intenso dolor ardiente, que puede persistir incluso después de que hayan desaparecido las ampollas, lo que se conoce como neuralgia postherpética. Otros síntomas pueden ser fiebre, fatiga y dolor de cabeza.
El tratamiento del herpes zóster se centra en aliviar el dolor y prevenir las complicaciones. Los medicamentos antivirales, administrados con prontitud tras la aparición de los síntomas, pueden acortar la duración de la enfermedad y reducir la gravedad de la erupción. Las estrategias de tratamiento del dolor suelen consistir en una combinación de diferentes tipos de medicamentos y la aplicación de compresas frías sobre la erupción.
La vacunación es la forma más eficaz de prevenir el herpes zóster, y se recomienda a todos los adultos a partir de 50 años. Si tienes más de 50 o si tu sistema inmune está comprometido, vacúnate.
