imagen del artículo El síntoma

El síntoma

El síntoma no es capricho.

Los síntomas pueden tomar formas muy variadas, y muchas veces generan incomodidad. Nos da insomnio, nos duele la panza, se nos olvidan los nombres… Los síntomas inquietan, porque hay algo que necesita nuestra atención y no tiene otra forma de comunicárnoslo.

Pienso a veces que el síntoma se parece a un niño a quién se le ha etiquetado como berrinchudo. Pareciera que es puro capricho y entonces buscamos distraerlo. “Mira”, decimos, mientras señalamos a cualquier punto con tal de que olvide y deje de llorar. Así hacemos con nuestros síntomas. Nos parecen molestos y procuramos distraernos, para que quizás así todo se resuelva.

No digo que la distracción no sea una estrategia. Tiene sus alcances: puede ayudarnos a hacer más llevaderos algunos momentos críticos; pero también tiene límites: de nada sirve ir por la vida ignorando lo que el síntoma nos reclama que atendamos con urgencia.

El síntoma es como un niño que apenas puede hablar. Nos dice lo mejor que puede, entre palabras inventadas, gestos, llantos y risas lo que necesita de nosotros. A un niño no le toca hablar como adulto para recibir amor y cuidados. Cuando hablamos con un niño hacemos un esfuerzo por entender lo que nos quiere comunicar, aunque lo diga de forma distinta a como lo diríamos nosotros. Con un síntoma es un poco así: hay que confiar en que ese insomnio, ese dolor de panza o ese olvido tienen algo que decir, que no es capricho, y más que distracción necesita que lo escuchemos para resolver el conflicto de fondo.

¿Para qué sirve un síntoma?

A primera vista, con lo molestos que pueden ser algunos síntomas, uno pensaría que son solo un estorbo y no sirven para nada. La realidad es un poco más compleja, al menos por dos motivos.

El primero de estos motivos son las “ganancias secundarias”. A veces, aunque los síntomas nos hagan pasar malos ratos, estos vienen en combo con algún beneficio. Por ejemplo, si me duele la panza quizás recibo apapachos y si olvido la reunión puedo evitar a una persona con la que no quiero encontrarme.

El segundo motivo es que los síntomas no vienen a hacernos la vida más difícil nada más porque sí. Son mensajeros y revolucionarios. Vienen a decirnos que hay algo que ya no podemos tolerar, que no nos conformemos. Rompen con la inercia y las condiciones que no honran nuestras necesidades. Nos invitan a explorar otras perspectivas. Desordenan, y eso puede ser incómodo, pero también, si los escuchamos y atendemos el conflicto de fondo, pueden llevarnos a un lugar mejor.

También te puede interesar