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Síndrome del emperador o hijos tiranos

El llamado Síndrome del Emperador es una condición emocional que transforma a los hijos en pequeños dictadores que convierten sus hogares en infiernos, no cooperan en nada, son manipuladores, demandantes, tratan a sus padres de manera déspota, se han convertido en tiranos, gritan que no pidieron nacer, que la culpa de todo es de los padres. Esta lamentable situación se presenta sobre todo en niños nacidos después de 1980.

Mucho se ha hablado acerca de la forma en que debemos educar a nuestros hijos para que no sufran traumas, que debemos dejarlos expresarse, que no debemos ser autoritarios o demasiado firmes. A alguien se le ocurrió que lo mejor era ser amigo de los hijos; debes saber que la mayor parte de ellos ya tienen suficientes amigos, a quienes han elegido, pero solo tienen un padre y una madre. No quites a tus hijos la oportunidad de contar con un padre que les pone límites y les enseña a relacionarse con los demás.

La vida está formada de retos que día a día vamos superando, esto moldea el carácter de una persona y le lleva a la madurez emocional. De una manera u otra hemos cometido el error de sobreproteger a nuestros hijos, tratando de alejarlos de todo mal, como si pudiéramos evitar que la realidad de la vida los alcance.

Al parecer, muchos padres de estas generaciones hemos hecho esfuerzos enormes por darles lo que nosotros no tuvimos, los atiborramos de clases extras como el ballet, el fútbol, el karate; les proporcionamos los juguetes, la ropa, los viajes y la escuela más costosa que nuestro bolsillo pueda aguantar, haciendo un gran sacrificio por cubrir con cuestiones materiales las carencias afectivas; en muchas ocasiones todo esto es utilizado como una medida compensatoria a la ausencia de alguno o ambos padres.

Con este tipo de paternidad hemos generado en ellos una sensación de inutilidad y desamparo, pues se sienten incapaces de enfrentar las situaciones cotidianas. Esto ha contribuido para que nuestros niños no sepan generar vínculos afectivos sanos, que desconozcan el valor de las cosas y se hayan insensibilizado, teniendo esa inmadurez emocional que los hace sentir que son el centro del universo, y que quienes los rodeamos somos tan solo satélites a su disposición, sujetos a sus caprichos.

Vivir la consecuencia de nuestros actos nos da estructura. Podemos cerrar los ojos ante lo que sucede, vivir en negación, pretender que esto un día pasará, o podemos tomar las medidas necesarias para corregir el rumbo de la educación que estamos dando a nuestros pequeños.

El ejemplo es la mejor manera de educar. Los límites no pueden estar sujetos al estado de ánimo del padre o tutor, estos tienen que ser simples y claros para moldear sus comportamientos. Los límites se ponen hablando previamente de las consecuencias que habrá si se comete un acto no permitido; estas deben ser consistentes e ir de acuerdo con la mala conducta o error cometido; exagerar o ser demasiado laxo genera confusión.

Siempre se debe cumplir con la consecuencia que se había establecido previamente, recordando que respetar las elecciones que ellos hacen es un acto de amor.

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