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La muerte, una gran maestra

Dedicado con mucho amor a Elsie Ziegler, compañera, amiga, maestra y guerrera.

Descanse en paz.

Vive tu duelo con calma y poco a poco. Cuando perdemos a alguien nos toma tiempo medir la magnitud de la pérdida, te lo digo yo que perdí a mi mamá a los dieciséis y a mi papá hace dos años. Pero creo que una de las virtudes de madurar es entender que la muerte es algo inherente al ser humano, y que debemos vivir felices, pero sin olvidar que todos vamos para allá.

Desde el momento en que nacemos comienza a correr el reloj de nuestra vida, un reloj que sólo se detendrá cuando llegue a su destino final, es el momento de nuestro nacimiento el que también marca el inicio de nuestra muerte.

Intentamos evitar este pensamiento constantemente, vivimos esta vida como si nunca fuéramos a morir, nos creemos eternos y solemos ignorar cualquier cosa que nos recuerde que esto no es así. Constantemente pensamos: “puedo hacer esto mañana”, “ya habrá tiempo para cambiar”, “ahora tengo otras prioridades”, y vivimos ensimismados en nuestro mundo, donde tenemos todo el tiempo del mundo ¿Por qué preocuparnos ahora si lo podemos hacer después?

Bajo este mismo pensamiento decimos: “ya le pediré perdón mañana”, o dejamos que permanezca un enojo o un viejo rencor invadiéndonos más tiempo del necesario, incluso olvidamos nuestros sueños y aspiraciones y nos convencemos de que: “ya habrá tiempo para ser feliz y encontrar mi misión en la vida”.

Sin embargo, aunque la verdad es relativa, la neta es la neta, y una neta de esta vida es que indudablemente todo es “impermanente”, no hay nada en esta vida que dure para siempre, y de lo único que podemos tener la certeza en esta vida es que todos moriremos, tal vez no sepamos cuándo, ni dónde, pero que pasará, eso es absolutamente seguro.

No se trata de asustar a nadie, se trata de despertar y reflexionar conscientemente. ¿Cuántos de ustedes, queridos lectores, han acudido a un funeral alguna vez? En estos lugares siempre se vive un fenómeno particular, y es que todos, ya sea abiertamente o para sus adentros, dicen cómo serían o cuán diferentes serían las cosas si la persona siguiera viviendo, “la cuidaría más”, “lo hubiera escuchado”, “¿porqué no le di un abrazo?”, etc.

A esto se le llama síndrome del fin del mundo, se dice que, si se anunciara por los medios de comunicación que la tierra se acaba mañana, las líneas telefónicas y demás servicios de comunicación se verían saturados por todas las personas que buscarían decir: perdón, gracias, te amo, etc.

Cuántas veces escuchamos por ahí historias de personas que estuvieron cercanas a la muerte, o que tuvieron alguna enfermedad difícil, y de la gran transformación que ejerció esta experiencia. Es como si renacieran, muchos cayeron en cuenta de que ya habían muerto en vida y que la muerte fue la que les devolvió el entusiasmo por la vida, o lo que yo llamo el “valor fundamental”, “el valor de la vida”.

No hay mayor maestra que la muerte, mayor motivadora que ella no encontrarán. Si reflexionamos abiertamente en la incertidumbre del momento de ésta, no dejaremos nada inconcluso o para después, es el reflexionar sobre la muerte lo que nos da el valor de la vida.

Compartiré una metáfora que habla un poco de esto, esta se refiere a dos ladrones que fueron condenados a morir, solo les quedaba un día de vida, díganme ustedes qué creen que sería lo más sensato: que quedándoles un día se dedicaran a pelearse, golpearse e insultarse, o que, dadas las circunstancias, se apoyaran y reconfortaran mutuamente. Probablemente la mayoría estemos de acuerdo en que quedándoles poca vida lo mejor sería no desperdiciarla y reconfortarse.

Ahora yo les digo, la vida promedio dura unos ochenta años, ¿Por qué perdemos el tiempo peleándonos si todos vamos para allá?
La vida es incierta, la salud también lo es, si algún día nos encontramos holgazaneando, o sin motivación o entusiasmo en nuestras actividades, si nos vemos sumergidos en la apatía, recomiendo que visiten hospitales con niños que padecen leucemia, asilos (como en el que yo trabajo). O visiten a alguien que tenga una enfermedad “difícil”, y vean su ánimo por la vida, vean con qué fuerza lucha, se levanta y con qué gusto recibe cada día como si este fuera el milagro más grande. Se despierta de esa manera porque ha comprendido que la vida en sí es justamente ese milagro más grande.

Recordemos pues la muerte, y comencemos a vivir,
da tu máximo, nunca es tarde.

“Vive como si fueras a morir mañana, y sueña como si fueras a vivir por siempre”

Dedicado con mucho amor a Elsie Ziegler, compañera, amiga, maestra y guerrera.

Descanse en paz.

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