Cuando nace un bebé, lo único que parece desear es succionar el pecho de mamá y dormir, pero en un abrir y cerrar de ojos, balbucea mientras quiere quitarnos la cuchara y darnos a nosotros de esa rica papilla de carne con verduras, o con sus encías “muerde” una galleta hasta desintegrarla. El paso de la leche materna o de fórmula a los alimentos sólidos debe darse de forma paulatina y progresiva, ya que la leche será, durante el primer año, lo que le aporte la mayor parte de su nutrición, y en los años siguientes un elemento muy importante de su dieta.
Hasta los seis meses de edad, la alimentación del bebé debe ser exclusivamente con leche. La Organización Mundial de la Salud recomienda enfáticamente que el bebé sea alimentado exclusivamente con leche materna durante los primeros 6 meses y que la lactancia se extienda cuando menos hasta que cumpla un año de edad.
La leche materna contiene todos los nutrientes que un recién nacido requiere, en las cantidades adecuadas; más de 100 nutrientes que no contiene la leche de vaca ni se han podido sintetizar en un laboratorio y que cumplen con necesidades específicas para el desarrollo y la nutrición del bebé. Es de fácil digestión, no causa estreñimiento y minimiza la posibilidad de otros trastornos estomacales. Además, la leche materna otorga protección contra las infecciones de oído, aparato respiratorio y digestivo, y disminuye la predisposición a enfermedades futuras como la diabetes, la obesidad o las alergias. Por si esto fuera poco, a través del acto de amamantar y el contacto físico que este requiere, madre e hijo se conectan a nivel emocional y se establece un vínculo de amor, que le proporciona seguridad y tranquilidad al bebé y sienta las bases de una relación afectuosa en el futuro.
Si has decidido, por los motivos que sean, alimentar a tu bebé con leche artificial, debes dar el biberón con cercanía y contacto físico, susurrando palabras suaves, mirándole y acariciándole. Asimismo, es importante consultar a tu médico para elegir la fórmula láctea adecuada y por si se requiere de suplementación extra, además de extremar la higiene en el manejo de los biberones.
Después de los 6 meses, y tras la evaluación de su médico, se puede iniciar poco a poco con la introducción de alimentos sólidos. Para empezar, se recomiendan los cereales para bebé mezclados con leche materna; unas tres semanas después se le puede ofrecer frutas o verduras, molidas y coladas. Para que el bebé conozca y disfrute de los diferentes sabores, y para detectar cualquier reacción alérgica o intolerancia, es importante, en un inicio, darle una sola fruta o verdura cada vez. Algunos pediatras recomiendan iniciar primero con las verduras, que son de sabores más complejos, para después probar con frutas que suelen agradarles más por su sabor dulce.
Después de los siete meses se puede comenzar a mezclar diferentes verduras y a los ocho introducir en estas papillas un poco de pollo o ternera. En un inicio, estas deben estar perfectamente molidas, y a partir del décimo mes se puede dejar en sus papillas algunos pedacitos pequeños y suaves de alimento; aunque no tenga dientes le encantará encontrar una novedad para “masticar” dentro de su comida. También disfrutará de comer con sus manitas una galleta maría, o de otra variedad que tenga una consistencia similar. Ten cuidado, sin embargo, al ofrecerle tortillas, ya que se le pueden atorar fácilmente al momento de tragar.
Las papillas del bebé no requieren de sal y otros condimentos. Se sabe que las preferencias en cuanto a lo salado en los alimentos se determinan en la infancia, por lo que es mejor evitarla en un inicio.
Después del año de edad, y salvo que el médico indique lo contrario, se puede comenzar a ofrecer al bebé huevo, chocolate, pescado, fresas y leche de vaca, así como queso o yogurt.
Mientras más tiempo se aplace el momento de darle dulces o golosinas, será mucho mejor. Ante cualquier duda o alguna reacción, ya sea digestiva o cutánea, en la introducción de nuevos alimentos, es indispensable consultar al pediatra.