El trabajo doméstico de la mujer no es asalariado, por lo que no aparece como trabajo real. Isabel Larguía lo bautizó, acertadamente, como trabajo invisible.
Si se le pregunta a un ama de casa si trabaja, ella contestará que no, aunque no descanse ni un minuto durante el día. Aquellas que trabajan fuera de casa, generalmente lo hacen siempre y cuando no sea en detrimento de su hogar: tiene que estar limpio y ordenado, la comida preparada, los hijos atendidos y la ropa de la familia lavada y planchada. Estas exigencias se las hace ella misma, y se esmera en cumplir con ambos trabajos hasta el agotamiento.
En lo que a trabajo remunerado se refiere, actualmente sigue siendo desigual la participación de las mujeres en el mercado de trabajo con respecto a la de los hombres; sus salarios en la mayoría de los países del mundo son menores, entre un 30 a un 40% respecto del de los hombres, por un trabajo igual.
Muchas mujeres se incorporan al sector informal, que ofrece un menor salario y ninguna prestación, se adapta mejor a sus actividades domésticas y complementa el ingreso familiar. Las mujeres son menos disponibles y movibles que los hombres en el trabajo, y cuando hay más de tres hijos, su actividad se realiza al 50%. Faltan a su trabajo si se enferma un hijo o el marido, en detrimento de sus ingresos. Por su ausentismo se les dificulta más alcanzar posiciones laborales importantes. Muchas prefieren trabajos que les permitan atender a su familia, jerarquizan de una manera diferente a los hombres los aspectos emocionales y los económicos.
Por otra parte, en muchas sociedades la mujer que trabaja es estigmatizada y siente que abandona a sus hijos y a sus maridos. Eso provoca sentimientos de inadecuación, depresión y ansiedad, y problemas de salud que deben atenderse sin demora, ya que las mujeres sufren de depresión dos veces más que los hombres.
La situación puede modificarse creando redes de apoyo a las mujeres que trabajan. La participación de los hijos y el marido en las labores domésticas es primordial, para eso es importante educar a los hijos y a las hijas de una manera más equitativa y que las parejas planeen la distribución de tareas.
Las circunstancias económicas han cambiado en los últimos años y la responsabilidad de la crianza de los hijos debe ser compartida. Es necesario que se reconozcan sus esfuerzos y que se les apoye. Decía Teilhard de Chardin que el techo de una casa se sostiene mejor sobre dos columnas que sobre una sola. Padre y madre son las columnas en las que se sostiene la familia.